Las autoridades le impusieron un castigo de 10 años por haber entrado sin papeles al país, y tuvo que separarse de sus tres hijos y esposo.
Aún ya con un pie dentro de los Estados Unidos, Emma Sánchez está que no se la cree.
Después de 12 años y medio separada de su esposo y tres hijos, este sábado pudo reingresar a los Estados Unidos para reunirse con su familia ya como residente permanente.
“Siento que no es real, y que estoy soñando”, dice emocionada esta madre, a quien las autoridades de migración le impusieron un castigo de diez años para no regresar a EE UU.
Esta semana recibió los papeles que la autorizaban su tarjeta de residente permanente.
El castigo se le terminó en junio de 2016, pero los trámites para que pudiera regresar se llevaron un año y medio.
Michael Paulsen, su esposo y sus hijos, Liam de 12, Ryan de 15 y Alex de 17 años fueron por Emma a Tijuana donde vivió por 12 años y medio.
“Cuando vi a mi esposo y a mis hijos, todos muy guapos con un ramo de flores, que cruzaron la frontera para ir a recogerme, me puse a llorar de felicidad”, dice Emma.
Cuenta que el cruce fue rápido y sin problemas. “Uno de los oficiales de migración me felicitó. Todo lo que quiero es recuperar el tiempo perdido. Si la pudimos hacer como familia separados tantos años, lo que viene en adelante será maravilloso”, sostiene fascinada.
Revela que lo que más anhela, son cosas tan sencillas, como darle a sus hijos un beso por la noche antes de que se duerman, llevarlos a la escuela y cocinar para ellos.
“Siempre tuve fe en que la reunificación con mi familia iba a ser posible y que entraría por la puerta grande, aún cuando hubo momentos muy difíciles como cuando a mi esposo le hicieron una cirugía a corazón abierto”, dice.
En el año 2000, Emma se casó con Michael Paulsen, un veterano de la Marina. Él solicitó su residencia, y ella fue citada por las autoridades de migración a Ciudad Juárez. Para entonces, Emma y Michael ya llevaban seis años de casados, y tenían tres hijos de 4 años y medio, tres años y dos meses.
Para su sorpresa, en la entrevista con migración en Juárez le dijeron a Emma que no podía regresar a Estados Unidos y le dieron el castigo por 10 años. De nada valieron las súplicas del esposo ni que tuvieran tres hijos.
“Me castigaron bajo la ley del ‘96 de Clinton, por haber vivido más de un año indocumentada en Estados Unidos”, recuerda.
Mucho dolor
Emma recuerda que fue una época muy horrible, de mucho llanto. “Me quedé en estado de shocksin saber qué hacer. Mi esposo se regresó a la ciudad de Vista – al norte del condado de San Diego- a trabajar. Mi esposo rentó una casita en Tijuana para poder estar cerca y me instalé a vivir ahí con mis tres hijos”, comenta.
Al principio, vivía aterrada en Tijuana, no conocía a nadie y había mucha delincuencia. Tenía tanto miedo, revela, que ella y sus tres hijos solían meterse a dormir en el clóset.
“Fue muy cambio de vida muy brusco porque como mis hijos no tenían la nacionalidad mexicana, les negaban las vacunas, me decían que sólo se las pondrían si sobraban porque eran ciudadanos americanos, y no los aceptaban en las escuelas públicas. Tuvimos que inscribirlos en una escuela privada”, comenta.
Cuenta que ante las limitaciones que enfrentaban los menores en Tijuana, decidieron que conforme los hijos cumplieran los cinco años, se irían con su padre a vivir para que pudiera ir a la escuela en Estados Unidos.
El primer hijo en irse a vivir con su padre fue Alex. Dos años más tarde, Ryan y tres años después, el menor Liam.
“Hasta que me quedé sola por completo. Fue un sacrificio muy grande no poder estar con ellos en los eventos importantes de su escuela y sus vidas como cuando les entregan un diploma o cuando participan en un evento artístico. Imagínate, mis hijos llegaron a estar casi solos cuando a mi esposo lo operaron de corazón abierto. El padre en el hospital y la madre deportada. Una tragedia”, considera.
Pero Michael se recuperó, y cada domingo recorría más de 100 millas desde la ciudad de Vista hasta el popular barrio en las faldas de una montaña en Tijuana para ver a su esposa.
Pero no viajaba solo, lo acompañan siempre los tres hijos.
“Un día a la semana no bastaba para guiar a mis hijos. Cuando llegaban a Tijuana, los bombardea con todo tipo de consejos, besos, cariños pero esta separación por más de diez años, los ha marcado para toda su vida, les ha dejado cicatrices emocionales”, dice.