Landévennec es un encantador pueblecito en la bretaña francesa. Su playa cuenta con un habitante muy particular, un delfín al que los lugareños llaman Zafar. Hasta ahora, Zafar era amistoso con los bañistas, pero algo ha cambiado. El delfín se ha puesto muy cariñoso. Tanto que han tenido que cerrar la playa.
Zafar nunca ha sido agresivo. De hecho tampoco lo es ahora, pero su comportamiento ha pasado del mero juego con los bañistas o las embarcaciones a actividades de índole abiertamente sexual, siempre desde el punto de vista de un mamífero marino calenturiento.
Los delfines no tienen celo estacional como otras especies. Una vez alcanzan la madurez sienten ese impulso en cualquier época del año, y de hecho se sabe que se deleitan en juegos sexuales sin otro ánimo que el de divertirse. El problema para los humanos es que un delfín con esta predisposición a menudo trata de retener al bañista en el agua. La semana pasada una mujer tuvo que ser rescatada en Landévennec porque Zafar no la dejaba regresar a la orilla con sus zalamerias acuáticas.
En casos extremos, un delfín puede golpear sin querer a una persona durante lo que el animal considera un simple juego de cortejo y provocar serias lesiones. Siguiendo el consejo de los biólogos marinos del cercano acuario de Brest, las autoridades de Landévennec han cerrado la playa a los bañistas mientras Zafar encuentra una pareja de su propia especie.
Hasta donde se sabe, no se han registrado casos de relaciones sexuales entre delfines y seres humanos, aunque un fotógrafo llamado Malcolm Brenner asegura haber tenido sexo con un delfín hembra llamado Dolly en 1970 durate una visita laboral al acuario de Floridaland. Brenner describe el encuentro con todo lujo de detalles, aunque no existe constancia de si el relato es cierto más allá de sus descripciones. Dolly, de momento, hace gala de más clase y guarda un respetuoso silencio.